¿Cuál es en el fondo la causa de la felicidad de todos estos bienaventurados?

Pobre de espíritu wikipedia

Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicita, arrestadas en Cartago bajo el emperador Septimio Severo junto con otros jóvenes catecúmenos. Perpetua, una matrona de unos veintidós años, era madre de un niño aún lactante, mientras que Felicita, su esclava, perdonada por las leyes por estar embarazada para poder dar a luz, se mostraba serena ante las fieras, a pesar de los trabajos del inminente parto. Ambos avanzaron desde la prisión hacia el anfiteatro con el rostro feliz, como si fueran al cielo.

Sinónimo de pobre de espíritu

Vuelvo con gusto, por quinta vez, a la fiesta de la bendita Panacea: la primera vez vine como obispo auxiliar de Milán, por mi larguísima frecuentación de Valsesia, que ha durado cincuenta años, y las otras cuatro naturalmente como obispo de Novara.

Pues bien, el comentario del Papa a la segunda parte del texto (Amoris laetitia, nn. 90-119), con sus quince verbos, nos ayuda hoy a ilustrar el mensaje de que la Santísima Panacea con su mansedumbre se convierte para nosotros en figura y criterio de orientación en la vida.

Bienaventuranzas

Los pobres de espíritu, según el Evangelio, son aquellos cuyo corazón está desprendido de las riquezas; hacen buen uso de ellas, si las poseen; no las buscan con solicitud, si carecen de ellas; sufren su pérdida con resignación, si les son arrebatadas.

Los que lloran, y sin embargo son llamados bienaventurados, son los que sufren las tribulaciones con resignación, y se afligen por los pecados que han cometido, por los males y escándalos que se ven en el mundo, por la distancia del paraíso y por el peligro de perderlo.

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Los misericordiosos son los que aman al prójimo en Dios y por amor a Dios, se compadecen de sus miserias espirituales y corporales, y se esfuerzan por aliviarlas según sus fuerzas y su estado.

Bienaventurados los mansos

Bienaventurado el Obispo que no teme enjugar su rostro con lágrimas, para que en ellas se reflejen los dolores del pueblo, los trabajos de los sacerdotes, encontrando en el abrazo con los que sufren el consuelo de Dios.

Bienaventurado el obispo que considera su ministerio un servicio y no un poder, haciendo de la mansedumbre su fuerza, dando a todos el derecho de ciudadanía en su corazón, para habitar la tierra prometida a los mansos.

Dichoso el Obispo que por el Evangelio no teme ir a contracorriente, poniendo su rostro “duro” como el de Cristo en su camino hacia Jerusalén, sin dejarse frenar por incomprensiones y obstáculos, porque sabe que el Reino de Dios avanza en la contradicción del mundo.

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