¿Qué tengo que hacer para que mi mamá me quiera?

Anafectividad hacia los padres

He de decir que desde que nació mi hijo siempre he intentado animarle mucho, siempre le digo que es bueno, cuando consigue hacer algo nuevo siempre se le celebra, etc. Me pregunto si quizás me he pasado ayer estábamos jugando con papel, y le dibujé unas formas y las recortó con tijeras (tiene 3 años y medio). Primero recortó la estrella y estuvo bien… en un momento dado estalló en un desesperado ataque de sollozos. Inmediatamente pensé que se había cortado la mano por la forma en que lloraba, pero muchos sollozos después, me dijo que era porque había “entrado en su corazón” con las tijeras. Le expliqué que lo había hecho bien de todas formas, pero que todo el mundo comete errores en la vida, y cuando los comete, no importa, lo vuelves a intentar y sigues adelante. No quisiera que mi hijo sufriera la mitad de lo que yo he sufrido. ¿Pero qué hago? ¿Dejo de decirle que es bueno? ¿Le doy un sermón? No sé qué hacer.

Conflicto madre-hija

La separación enfrenta inevitablemente al individuo con el espectro de la soledad, el vacío y el dolor. Supone tener que volver a empezar, cuestionarse de nuevo y perder los puntos de referencia.

Y para evitar esta condición, las parejas a menudo deciden seguir igual, aunque no sean nada felices. O siguen juntos odiándose, o se separan y vuelven sobre sus pasos una y mil veces. Seguir repitiendo una relación que ahora tiene poco que aportar a ambos.

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A veces las historias comienzan por miedo a la soledad, porque al ser psicológicamente inmaduros buscamos el cuidado y la atención del otro. O para devolver viejas reivindicaciones no cobradas, como sentirse amado, comprendido, sentirse valioso a través del otro. La pareja se convierte entonces en una especie de “muleta” sin la cual sentimos que no podemos mantenernos. Y esto lleva a veces a aceptar incluso lo inaceptable, para alejar la soledad y tener que aceptarnos a toda costa.

Psicología de la madre que odia a la hija

O podemos aceptarlos, dejar que se equivoquen, que se hagan antipáticos a sus compañeros de colegio y que sus amistades sean puestas a prueba, que su mal comportamiento determine consecuencias en su entorno social: esto podría llamarse el Método Montessori, ya que el error sale por sí mismo, sin que nosotros digamos frases como: lo estás haciendo mal, te vas a equivocar, etc.

Veámoslos. Paremos, veamos cómo hacen los ruidos, riamos, divirtámonos con ellos, digámosles que nos vuelven locos de risa, que les agradecemos que nos distraigan de nuestras cosas por un momento.

Si realmente aprendemos a mirarnos desde fuera, tal y como somos, con nuestros defectos: somos ruidosos, tristes, enfadados, coléricos en los semáforos; o ansiosos, nos ponemos nerviosos enseguida; somos desordenados o, por el contrario, unos maniáticos del orden; finalmente, somos cotillas y hacemos bromas sobre los demás, sobre nuestro jefe; o nos cabreamos con la política y los partidos de fútbol.

Cómo los padres destruyen a sus hijos

Catalina negaba que necesitara alimento, podríamos decir también leche materna, dispensada de la ubre de la madre o, tal vez, de Chicco (entiéndase biberón), pero sobre todo negaba que alguien, en el acto de amor conocido como comer, pudiera darle este tipo de placer. El placer debe permanecer siempre en la antesala.

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Sabemos que si de alguna manera nos apoyamos o nos fijamos en un órgano interno, descontextualizándolo del conjunto del cuerpo, siguiéndolo en sus mecanismos, en sus movimientos, enfermamos. Pensamiento cerrado.

Volviendo a nuestra Catalina y para continuar con nuestro discurso, podríamos “estirar” nuestra frase escrita en la pizarra (“amar nuestro cuerpo”) y decir que amar nuestro cuerpo significa “hacerle pasar hambre constantemente”.

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