¿Cuál es el origen del universo según Aristóteles?

El ente como entidad – Aristóteles 17

El niño se convierte en hombre, el cachorro en animal, la piedra lanzada vuelve a caer a la tierra, etc.: todos los procesos de transformación, en definitiva, no se producen de forma aleatoria y desordenada, sino de forma ordenada y racional.

Lo que queda por precisar es la relación que existe entre la causa final y la causa formal, por un lado, y la causa material (también llamada sustrato) y la causa eficiente, por otro, es decir, entre el acto (las dos primeras causas) y la potencia (las dos últimas).

Tanto Platón como Aristóteles se ocuparon en primer lugar de los universales, es decir, de aquellas ideas o formas que parecen constituir el marco estable del mundo sensible, el fundamento inalterable de su constante devenir y de sus múltiples y variadas manifestaciones.

3) Por último, están la Poética, la Retórica y las Refutaciones Sofísticas (es decir, el arte de desenmascarar los razonamientos falsos, propio de los sofistas y de quienes engañan a su público con sus discursos -este último tema, además, también forma parte de la lógica, como disciplina que se ocupa de los razonamientos correctos o incorrectos).

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Los filósofos islámicos y cristianos modificaron el cosmos aristotélico añadiendo un “espacio exterior”, llamado empíreo, donde suponían que residían Dios, los ángeles y las almas de los bienaventurados. El empíreo, sin embargo, no fue concebido como una esfera adicional, ya que su verdadero centro era Dios. La concepción del empíreo (la “rosa blanca” del paraíso de Dante) sirvió para resolver un problema que había atormentado a Aristóteles: cómo es que el máximo de imperfección estaba en el centro del universo (la Tierra) y, en cambio, la perfección del primer móvil en la periferia.

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Aunque se basaba en lo que hoy llamaríamos “física ingenua”[7], el modelo aristotélico siguió siendo el único con coherencia conceptual propia durante dos milenios. Intentaba explicar cómo las diferentes partes del cosmos interactuaban entre sí y por qué esa era la estructura del cosmos. El movimiento fue provocado por el motor inmóvil de cada parte del cosmos, que funcionó como si fuera un gran reloj, respetando criterios filosóficos precisos.

Los movimientos y el cosmos – Aristóteles 18

Las esferas sublunares en un dibujo de 1660,[1] que representa de forma progresivamente concéntrica las esferas orbitales de los planetas (identificables por su símbolo astrológico) hasta el cielo de la Luna, debajo del cual se encuentran los círculos de fuego, aire, agua y, finalmente, la Tierra.

El concepto de un mundo terrestre sublunar, en contraposición al celeste, se formuló gracias a las aportaciones de Platón y Aristóteles, y luego quedó asociado a la perspectiva de una Tierra esférica situada en el centro del Universo[3].

Miniatura medieval del Liber divinorum operum, escrita por Hildegarda de Bingen, que representa a escala macrocósmica (desde el exterior hacia el centro) las esferas del fuego, el aire, el agua y la tierra, asociándolas en el microcosmos con las cuatro estaciones[7].

El movimiento natural del fuego y del aire tiende hacia arriba, el del agua y el de la tierra hacia abajo[8]. Aristóteles distingue, pues, el movimiento natural del movimiento violento, causado por un ser animado que saca por la fuerza uno de los cuatro elementos de su entorno natural[8].

Los movimientos y el cosmos – Aristóteles

Las esferas celestes en la visión geocéntrica del universo, que distinguía los cuatro círculos elementales del mundo sublunar (tierra, agua, aire, fuego), de los nueve cielos superiores, correspondientes a las órbitas de la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter, Saturno, las Estrellas fijas (octava esfera), y una Primera móvil[1].

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El concepto antiguo de esfera celeste, que difiere del actual, se remonta al sistema ptolemaico, en el que se pensaba que el cielo estaba formado por capas, es decir, que las estrellas y los planetas estaban fijados en esferas orbitales, de diferentes tamaños, situadas unas dentro de otras y con la Tierra como centro.

En la astronomía griega, el concepto de esferas celestes fue sistematizado por Eudoxo de Knidos, para quien eran homocéntricas, con un único centro de rotación en el que se encontraba la Tierra. En cada uno de ellos, girando con un movimiento circular y uniforme diferente al de los demás, se incrustó entonces un planeta.

En el diálogo Fedón, Simmias describe su creencia en una “tierra redonda en medio del cielo”, “ajena a todas las inclinaciones” como equilibrada, un orbe que debía extenderse desde la “Fasis hasta las Columnas de Hércules” del que sus contemporáneos no ocupaban más que “una pequeña partícula”, por lo que debía haber “muchos habitantes en otros lugares semejantes”. El diálogo no menciona las esferas celestes, pero asimila la Tierra a una de ellas, en gran parte inexplorada[6].

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