¿Cómo surge la muerte?

Muerte con guadaña

La Biblia contempla la muerte y la supervivencia después de ella de diversas maneras, no todas armonizables entre sí. La revelación bíblica, lejos de mirar hacia otro lado para refugiarse en sueños ilusorios, la mira lúcidamente a la cara.

Cuando la Tradición cristiana se encuentra con el helenismo y la idea griega del hombre, su concepción de la muerte madura y se transforma: la muerte empieza a concebirse como la separación del alma del cuerpo; en consecuencia, la supervivencia después de la muerte se concibe entonces como la existencia ulterior del alma separada del cuerpo. Sin embargo, la antropología bíblica y la esperanza en la resurrección de los muertos conducen a una profunda reelaboración de la visión griega de la muerte[5].

En este proceso de elaboración y transformación del concepto de muerte, el Magisterio, basándose en las afirmaciones bíblicas, se ha posicionado sobre diversos aspectos de la concepción de la muerte y de la supervivencia del hombre después de ella:

La Iglesia anima a los fieles a prepararse para la hora de su propia muerte, y a pedir ser liberados de la muerte súbita; luego les hace pedir diariamente a la Madre de Dios que interceda por ellos “en la hora de nuestra muerte” (Ave María) y encomendarse a San José, el patrón de la buena muerte (nº 1014).

La Parca

Por lo general, la muerte se mostraba con algún tipo de arma, ya fuera una ballesta, una guadaña o cualquier otra cosa. En algún momento, el arma se convirtió en una guadaña, una herramienta agrícola con un mango largo y una hoja curva en la parte superior. La guadaña se adoptó como arma preferida porque parecía que la muerte segaba a los humanos, como si fueran trigo maduro en el campo, y diversas obras de arte comenzaron a utilizar este simbolismo para sus producciones artísticas.

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Los arcángeles Miguel y Gabriel actuaban como ángeles de la muerte en la religión judeocristiana. Azrael era el ángel islámico de la muerte, que a veces aparece como un espíritu terrorífico con ojos y lenguas que cubren todo su cuerpo. Azrael lleva un enorme registro en el que anota y borra el nacimiento y la muerte, respectivamente, de todas las almas del mundo, de ahí el origen del simbolismo católico.

La muerte no es el final

En Japón, las religiones sintoísta y budista conviven en armonía. Tienen muchos aspectos en común, como la importancia que se da a las almas de los seres vivos. Por eso, en Japón, una persona fallecida se sigue considerando importante.

La religión sintoísta sostiene que dentro de cada persona habita un kami (神, espíritu divino), ligado al cuerpo humano y debilitado por esta condición. Cuando la persona muere, el espíritu recupera su poder y sale del difunto, interactuando de diferentes maneras con el mundo de los vivos. Pero a diferencia de otras culturas, esta alma necesita que alguien se ocupe de ella y de sus necesidades básicas para “sobrevivir”: beber, comer y divertirse.

Cometer seppuku era un método honorable y comúnmente aceptado entre los samuráis para suicidarse cuando fracasaban en una misión o perdían una batalla. El método consistía en hacer una herida profunda en el abdomen con una cuchilla hasta la muerte. La parte del cuerpo no se elegía por casualidad: se creía que el alma de una persona residía en el abdomen. Este tipo de suicidio ritual era una sentencia de muerte que no conllevaba ninguna deshonra y permitía al moribundo expirar en paz y sin remordimientos.

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Deidades de la muerte

Para Ugo Foscolo, reproponiendo la figura de Héctor, héroe de la mitología griega, la muerte representa una prueba extrema a la que hay que enfrentarse con valor y espíritu de sacrificio, pero también un refugio en el que encontrar el descanso de los males de la vida.

A partir de finales del siglo XVIII, se produce una vuelta al dolor por la desaparición del ser querido y una teatralización del duelo que demuestra la intolerancia hacia la separación del otro: así surge la necesidad de venerar la memoria de los muertos y la visita al cementerio se convierte en el gran acto permanente, ya que todo el mundo, creyente o ateo, acude al cementerio para honrar la memoria del difunto[13].

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